“Tuvimos que levantar la voz, sin estridencia pero con firmeza, para recordar a la nación que el Congreso no es una institución decorativa. Es uno de los tres pilares que sostienen la arquitectura republicana. Es el lugar donde todas las voces tienen derecho a existir. Es el escenario de la pluralidad convertida en ley, y no la antesala del pensamiento único”, dijo.
Declaró que “este año legislativo, más que ningún otro, nos enfrentó al desafío de proteger esa libertad de pensamiento. Tuvimos que defender la autonomía del Congreso frente a una cultura política que, a veces, confunde el disenso con la traición, el control con la obstrucción, y la crítica con el odio. Debatir no es un acto hostil. Cuestionar no es sabotear. Oponerse no es destruir. La política democrática no es la imposición de una voluntad, sino la construcción de acuerdos entre voluntades diversas. Cuando el poder no entiende esto, cae en la tentación de anular al contradictor. Y cuando eso ocurre, ya no estamos ante un gobierno democrático, sino ante una voluntad absolutista”.
A lo largo de estos meses, hemos visto cómo se intenta transformar la discrepancia en delito, la autonomía en insubordinación, la independencia en enemistad. Hemos sido testigos de la descalificación sistemática de todo aquel que piensa distinto: se agrede y se insulta. Ya no se discuten ideas, se estigmatizan personas. Ese clima de polarización no es nuevo, pero se ha agudizado. Ese mesianismo político —que lo hemos visto en distintas épocas, bajo diferentes ideologías— siempre termina debilitando la democracia”.
Recordó además que “Hemos sido objeto de señalamientos infundados. Se ha insinuado que el Congreso obstruye por egoísmo, que actúa por cálculos políticos, que no representa al pueblo. Y sin embargo, el Congreso sigue aquí, sesionando, tramitando, deliberando, votando. No por inercia, sino por convicción. Porque entendemos que nuestra legitimidad no depende de la aprobación del Ejecutivo, ni de la simpatía popular de turno, sino del mandato constitucional que nos otorgó el pueblo. Porque la democracia no es el gobierno de una parte del pueblo contra otra, sino el gobierno de todos con respeto a todos. Esa es la raíz del principio republicano”.
Planteo además que “hoy quiero pedirle a los ciudadanos que no se dejen seducir por el discurso del desprecio. Despreciar al Congreso, despreciar a los jueces, despreciar a los periodistas, despreciar a los opositores, despreciar a las instituciones: ese es el camino seguro hacia la autocracia. La democracia no se impone: se construye. Y se construye con paciencia, con debate, con pluralidad, con la aceptación de los límites. No hay democracia sin frustraciones. Pero tampoco hay libertad sin límites. La justicia debe poder emitir sus fallos sin ser objeto de insultos ni presiones. Debe actuar con la serenidad del jurista y con la prudencia del sabio. Los jueces no están para complacer a nadie, sino para aplicar la ley incluso cuando incomoda”.
Cepeda cerró su discurso diciendo que “quiero dejar con absoluta claridad nuestro respaldo a la posición firme y responsable de la Corte Suprema de Justicia frente al proyecto de ley que busca otorgar beneficios penales a cabecillas de bandas criminales bajo el discurso de la “paz total”.